Como cada tarde, Doña Concha, subía el volumen de su tocadiscos. Francisco Alegre, El Beso y Suspiros de España llenaban de melodías el salón de su casa y traspasaban las paredes hasta los oídos de José.
Ayer, como cada tarde, José esperaba escuchar los pasodobles desde la casa de su vecina, pero no sonaron. Pasó una hora y otra. Nada. Se levantó, salió de casa preocupado y tocó en la puerta vecina. Doña Concha abrió con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Mira lo que me han regalado! – dijo la mujer. Con la ilusión de una niña pequeña, le enseñó el ipod rosa donde estaba escuchando todos sus pasodobles.
Descansillos
Hace 14 horas