Le gustaba sentarse en el porche y ver cómo llovía. Cuando se formaban numerosos charcos, corría y empezaba a saltar sobre ellos gritando de alegría. El blanco impoluto de sus ropas desaparecía al instante mientras sus compañeros no paraban de reir.
Él sonreía, hasta que los dos enfermeros de siempre lo agarraban y le ponían la camisa de fuerza. Decían que estaba loco, pero él, solo echaba de menos su infancia perdida.