Le gustaba sentarse en el porche y ver cómo llovía. Cuando se formaban numerosos charcos, corría y empezaba a saltar sobre ellos gritando de alegría. El blanco impoluto de sus ropas desaparecía al instante mientras sus compañeros no paraban de reir.
Él sonreía, hasta que los dos enfermeros de siempre lo agarraban y le ponían la camisa de fuerza. Decían que estaba loco, pero él, solo echaba de menos su infancia perdida.
joder MLuisa qué bueno y tierno... pretender recuperar la inocencia perdida tiene su precio
ResponderEliminar¡Ay, qué tiernecita te noto!. La otra Marialuisa que conozco les hubiera dado -como poco- un "corte de mangas" a los absurdos que se reían del hombre que echaba de menos su niñez.
ResponderEliminarFantástico relato. Muchos besos.
Triste , triste , pero...es tán bueno....
ResponderEliminarBesos.
Ya no te dejan ni sentir inocencia, cuando llegas a una edad parece que no puedas salirte de la raya... pobre.
ResponderEliminar¡Cuántos "locos" estaremos por el mundo!
Un saludo indio
Y lo más triste es que permitimos a los "cuerdos" imponer su visión única y borreguil.
ResponderEliminarBesos, Marialuisa
Q pena¡ a todo aquel q siente distinto se le tacha de loco y asi nos va...
ResponderEliminarBesos pilo
Un relato precioso!! Y mucha verdad entre esas letras. Nunca se intenta comprender a los demas, mas facil nos resulta dejarlo por loco.
ResponderEliminarTe sigo!! Besos, Marta
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