No sabía quién era. Cada viernes, a medianoche, entraba por la ventana de su habitación y le hacía el amor. A oscuras, sin decir una palabra, sólo se limitaba a escuchar cómo ella gemía y alcanzaba el clímax. Al terminar, le dejaba una rosa, su flor favorita, en la mesita de noche, y desaparecía. Así todos los viernes. Justo el día que su marido no dormía en casa.
Vaya casualidad, oye. Estas coincidencias a veces vienen bien. ¿O acaso me lo niegas?
ResponderEliminarBlogsaludos
Me recuerda la canción de Cecilia, la del ramito de violetas.
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